Cuando Ivo Andrić (1892-1975) fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura, en 1961, el autor yugoslavo de origen bosnio solicitó al comité organizador, en plena ceremonia de premiación, que le permitieran hacer sonar una pieza musical que hoy en día es una especie de segundo himno para los serbios: Mars na Drinu (Marcha en el Drina), compuesta por el músico Stanislav Binicki, a principios de la Primera guerra mundial.
La obra musical fue creada en honor a la primera victoria del Ejército serbio liderado por Milivoj Stojanović, en 1913, durante la guerra balcánica que abrió el siglo XX. Desde entonces, las notas de la marcha suenan allí donde los serbios pretenden enaltecer su orgullo e infundir valor y valentía a los suyos.
Que Andrić realizara tan peculiar solicitud se entiende si se toma en cuenta que su obra más reconocida en el mundo tiene que ver precisamente con el tema: Un puente sobre el Drina (1945), una novela fascinante que lleva al lector a recorrer cuatro siglos de historia de una zona donde los conflictos bélicos parecen ser el «destino» y la cotidianidad de los hombres y las mujeres que habitan esa región del planeta, tan castigada desde hace tiempo.
La novela transcurre en la ciudad de Višegrad, cuando la región era dominada por el Imperio otomano. En la segunda década del siglo XVI, por órdenes del Gran Visir Mehmed Paša Sokolović, inicia la construcción de un puente sobre el río Drina, el mismo caudal donde el Mehmed niño le fue arrebatado a su madre; luego, de cuna cristiana, fue convertido al islam.
La construcción –de piedra, majestuosa– tardó alrededor de cinco años, tras lo que se convirtió en una fortaleza, en zona frecuente de contingentes de soldados, en punto de encuentros y desencuentros sociales…
El autor relata anécdotas de una multitud de personajes que han pasado por ese sitio durante décadas y décadas y dejado parte de su vida sobre el puente.Es una obra coral que plasma las formas del pensamiento de una u otra religión, mediante costumbres y otros elementos que dejan entrever sesgos de la intolerancia que impide la convivencia entre musulmanes, cristianos ortodoxos, judíos y católicos…
El puente fue el paisaje que el niño Ivo contemplaba; a través de los once arcos de la obra legendaria, observó el ir y venir de los hombres, de las mujeres; aprendió que la vida no se termina con la llegada de la muerte, sino cuando la convivencia se torna en guerra y no hay sitio para la paz. Todo ello, años más tarde, en plena Segunda guerra mundial, lo inspiró para escribir una de las grandes novelas del siglo XX, rica en personajes y descripciones de distintas épocas. Personajes que conmueven y divierten, transportan a los sitios de esa forma en la que sólo la literatura es capaz.
Lo que más impresiona en Un puente sobre el Drina, además de la erudición del autor, es su capacidad para relatar encuentros y desencuentros, diferencias étnicas y religiosas, guerras que parecen absurdas –siempre lo son– sin tomar partido en uno u otro bandos: Andrić, magistralmente, relata los hechos como un testigo al que le duelen todos y cada uno de los conflictos que ocurren en la tierra que ama. (Hay que recordar que el Nobel de 1961 era partidario de la unidad en la antigua República Federal Socialista de Yugoslavia.)
Ivo Andrić supo leer la sociedad de su tiempo, de la que formaba parte. En Un puente sobre el Drina hay una advertencia respecto de que la intolerancia religiosa no sólo puede desencadenar guerras en los Balcanes, sino en todo el mundo.
No es una novela para leerse en una tarde. Se trata de una obra que supone reflexión, visitas a los mapas, revisión de citas, etc. Es uno de esos libros que ilustran más que cualquier cantidad de clases de historia en algún aula. Andrić se convierte en un guía y se mantiene fiel a los testimonios de la historia de su tierra, sin caer en el propagandismo ni en la manipulación de los hechos.