El género negro y policiaco es considerado «literatura menor» por académicos e incluso por propios escritores. Sin embargo, autores de la talla de Dashiell Hammett, Jim Thompson, Raymond Chandler, Horace McCoy, entre muchos otros, han contribuido a que la novela policiaca goce de un nutrido público y adaptaciones cinematográficas la han llevado más allá de las páginas.
En México se tiene la costumbre de considerar que la literatura debe ser solemne y aquellos autores que rompen con ese molde son tachados de «escritores menores» e incluso son relegados del panorama literario. Hoy me referiré a un autor que forma parte de esos autores olvidados, pese a que cultivó la novela de buena forma y aportó su granito de arena para que la literatura mexicana sea reconocida a nivel internacional, en este caso, en la novela negra.
La repentina muerte del escritor Juan Hernández Luna (Ciudad de México, 1962-Ibídem, 2010), a causa de un padecimiento renal, sorprendió a sus amigos y a sus lectores, el 8 de julio de 2010, cuando el novelista y guionista tenía 47 años de edad.
Hernández Luna creció en Ciudad Nezahualcóyotl, en condiciones adversas. Esta circunstancia le permitió identificar los problemas que se viven de forma cotidiana en las zonas marginales. Dicha situación derivó en un conocimiento de los bajos fondos, que a la postre se vio reflejado en su obra.
El estilo de este autor se caracteriza por el sentido del humor: el lector puede ir del asombro a la carcajada en una misma página. Aunado a ello, la pluma de Juan, conocido como el Cuervo, también cuenta con una carga poética que hacen de sus novelas, refugios placenteros.
Un ejemplo de este humor se encuentra en Quizás otros labios, que cuenta la historia de un antropólogo convertido en taxista y que se ve involucrado en crímenes y enredos con una alta carga de buen humor, cuya trama transcurre en la ciudad de Puebla.
Yodo relata la historia de una mujer que adivina el futuro y durante algunos años ha conseguido amasar una buena fortuna. Esta persona tiene un hijo que se convierte en asesino serial: al creer que los clientes de su madre quieren despojarla de su dinero, se dispone a acabar con la vida de estas personas. Es una obra que se lee de un tirón, por el lenguaje y la historia en sí misma.
Juan Hernández Luna obtuvo el Premio Hammett de Novela Negra en dos ocasiones: en 1997 por Tabaco para el puma y en 2007 por Cadáver de ciudad. Esta última es un ejemplo de que en el género negro se pueden encontrar novelas complejas, con calidad superior incluso a varias consideradas como «literatura mayor».
También de corte policiaco escribió Naufragios y Tijuana dream. Se salió del género con Me gustas por guarra, amor y Las mentiras de la luz. La segunda aborda los problemas y las fantasías de un hombre que se quiere convertir en escritor, en un gran escritor. Vive solo, en un departamento con goteras; su vida personal es un desastre y se ve obligado a deshacerse de los mejores libros de su colección para obtener dinero y sobrevivir. La vida va pasando y el hombre sobrelleva los días imaginando un buen inicio de la novela que quiere escribir y que lo saque del anonimato en el que vive.
Narrada con un tono nostálgico y en primera persona, Las mentiras de la luz deja ver a un autor no solamente dotado para cultivar la novela negra y la policiaca, sino que se trata de un escritor valioso para nuestras letras. Sin embargo, a la fecha está prácticamente olvidado, pese a que este miércoles 8 de julio se cumplirá la primera década de su partida.
En este sentido, la noticia de su fallecimiento apenas si hizo eco en algunos medios, a pesar de que, además de escritor, fue fundador de un ambicioso programa denominado Literatura Siempre Alerta, iniciado en 2005 en Nezahualcóyotl y dirigido a policías de esa ciudad mexiquense.
El programa consistía en hacer llegar libros a los agentes policiacos con la intención de concienciarlos en diversas problemáticas y dignificar la labor de los policías. Debido al éxito de las acciones, se consideró incluir el programa en la Iniciativa Mérida.
En estas actividades participaron escritores como Gabriel García Márquez, Juan Villoro, Paco Ignacio Taibo II, entre otros. Además, Don Quijote de la Mancha y Cien años de soledad se «tradujeron» a la clave policiaca para que los uniformados tuvieran un acceso más fácil a esas obras.
Juan Hernández Luna fue también un activista, un escritor comprometido con los sectores más desprotegidos que buscaba hacer de México, un país más habitable.
Nunca es tarde para recuperar a lo más valioso de nuestras letras. Si el lector se encuentra algún día con una obra –o más– del Cuervo, no dude en agenciársela porque entre sus páginas encontrará momentos de humor, de asombro y de calidad.
Sirva, pues, este espacio como un pequeño homenaje para recordar a Juan Hernández Luna, donde sea que esté.
Con Las mentiras de la luz, Hernández Luna se apartó del género policiaco.
TOMADA DE LA WEB
Además de los dos premios Hammett, concedidos en España, el Cuervo fue reconocido con varios galardones en México.