Cuando no sea más que un escritor, dejaré de ser escritor.
Albert Camus
En este espacio ya he recomendado la novela Un puente sobre el Drina, del Nobel (1961) yugoslavo Ivo Andrić (1892-1975), que es una obra monumental en la que se dan cuenta de la situación en los Balcanes durante tres siglos.
En esa novela el lector descubre la lucidez del autor, su capacidad para analizar la sociedad a la que perteneció, sin tomar partido por ningún bando de los involucrados en los diversos conflictos étnicos, religiosos, etc., que lo colocan en esa estirpe de escritores visionarios.
Esta semana la recomendación también es una obra de Andrić: Café Titanic (y otras historias) (Acantilado, 2008), un libro que contiene siete relatos ambientados en la primera mitad del siglo XX, con personajes judíos en todos ellos.
En la contracubierta del ejemplar está reproducido un fragmento del discurso que el escritor dio durante la ceremonia de aceptación del Nobel, en Estocolmo, el 10 de diciembre de 1961. En él, Andrić destaca el papel del escritor en la historia: «¿O acaso debería el narrador, por medio de su arte, ayudar a que los hombres nos conozcamos y reconozcamos? Quizá su vocación consista en hablar en nombre de aquellos que no tuvieron la habilidad para hacerlo, o que, aplastados por la vida, no hallaron la fuerza para expresarse».
Esto sale a colación porque, precisamente, en la obra que propongo leer esta semana Ivo Andrić recrea historias de judíos que han sido víctima de un odio irracional. De judíos sin voz, acallados, fuera del círculo de los privilegiados que no padecieron el aplastamiento.
El libro contiene siete relatos; el primero es «El cementerio judío de Sarajevo», en el que el narrador cuenta su visita a ese cementerio. Recorre algunas tumbas, menciona sus nombres; imagina la historia o lo que pudo ser de la vida de esos difuntos. En las lápidas sobresalen los decesos de 1941, durante la Segunda guerra mundial.
La narración se efectúa con un tono solemne, sin caer en cursilerías ni compasión por la compasión en sí. Hay un tono de alarma y hace un llamado: «…pienso en una defensa común que la humanidad, si quiere merecer este nombre, debe organizar contra todos los crímenes internacionales para erigir así un dique seguro y desquitarse de todos los asesinos de personas y pueblos».
En «Una carta de 1920», el narrador cuenta la relación de amistad que sostuvo con un alemán que desde niño vivió en Sarajevo. Resalta cómo los conflictos dividen a la sociedad aun cuando ésta ni siquiera estaba enterada de lo que los gobiernos le meten en la cabeza.
Éste es uno de los cuentos donde afloran la lucidez y la inteligencia de Ivo Andrić. En una parte del relato, el alemán envía una carta a su amigo bosníaco, después de años sin verse. El emisor habla de su forma de pensar, recuerda su pasado en Sarajevo; sin embargo, hay párrafos que colocan al autor como un visionario, en ese género denominado literatura de anticipación.
A saber, el alemán, que desde la infancia vio las cosas desde una mirada analítica, detalla que el origen de los conflictos en esa región del mundo es el odio: un odio irracional y al parecer innato que obliga a la sociedad a vivir en ambientes belicistas, rodeada de seres casi incapaces de sentir empatía con los que no son como ellos.
Sorprende que, con décadas de anticipación, Andrić anunciara lo que comenzó el 4 de mayo de 1980, con la muerte de Josip Broz, el Mariscal Tito: el colapso de Yugoslavia que, a comienzos de los noventa, derivó en una guerra fratricida cuyas heridas aún no terminan de sanar.
Otro cuento se titula «Niños», una historia conmovedora en la que se presentan redadas antisemitas llevadas a cabo por jóvenes que ven en esa actividad momentos de diversión: los entretiene golpear o asesinar niños judíos.
Sin embargo, en determinado momento, tres jóvenes acechan a unos niños. El narrador es uno de los abusadores. Llega el instante en el que debe arremeter en contra de un infante. No lo conoce, no sabe quién es, ni su nombre; de golpe, decide no matarlo, se arrepiente ante la mirada del chico. Es uno de los textos más conmovedores de la obra.
El volumen lo cierra el relato que da título al libro: «Café Titanic». Se trata de un sitio frecuentado por judíos y otros sectores. No obstante, ante las redadas, la persecución de judíos, ese espacio comienza a quedarse solo.
Hay un personaje particular, triste, que ejemplifica la maestría de Andrić como narrador. Se trata de un «perdedor» que nunca es tomado en serio por la gente. Objeto de burlas, va por la vida con la cabeza gacha, resignado a su suerte. Sin embargo, cierto día se enrola en un grupo antisemita y asume órdenes. Pero tampoco es muy tomado en serio.
Llegado el día de una redada, exige que se le asignen tareas. Lo instruyen para visitar a un judío. Al encararlo, no sabe cómo ser ante él, cómo imponer su liderazgo e intimidar a su interlocutor. Comienza un conflicto interno entre el hombre armado y el judío. Es otra joya de relato cuyo desenlace es una prueba de la calidad del escritor.
Los otros cuatro cuentos también poseen una alta calidad. Sin duda, estamos ante una obra que merece ser leída.