Hoy en día no es extraño que al mencionar las palabras «romanticismo» y «romántico» inmediatamente sean asociadas a cursilería o cursi. Sin embargo, esa visión simplista del término reduce una corriente artística y política que fue cultivada por personajes ilustres de la historia y que hizo una aportación importante a la historia de la humanidad.
Surgido a mediados del siglo XVII en Alemania y el Reino Unido, el Romanticismo fue una especie de respuesta al movimiento de la Ilustración francesa que pretendía –entre otros asuntos– anteponer los sentimientos al racionalismo.
Entre los nombres más destacados de este movimiento cultural figuran, ni más ni menos, los de Beethoven y Goethe, dos gigantes de la música y la literatura universales.
La recomendación que me permito hacer tiene que ver con una novela extraña que para algunos es considerada de culto y para otros, un misterio: Las vigilias de Bonaventura (Conaculta, 2003).
Esta obra fue publicada originalmente en el año de 1804 por la editorial de Ferdinand Dienemann en una zona un tanto alejada de las grandes urbes alemanas. Hasta la fecha no se sabe a ciencia cierta quién es el autor, debido a que apareció de forma anónima, firmada con el seudónimo de Bonaventura. Hay quienes se la atribuyen a Friedrich Schiller, a Lichtenberg e incluso a E.T.A. Hoffmann. Sin embargo, tras una cantidad considerable de estudios, el nombre de Ernst August Klingemann (1777-1831) parece ser el más convincente en los círculos académicos.
Pero, además de ese misterio, ¿qué vuelve fascinante a esta novela? De entrada, el narrador en primera persona y el lenguaje utilizado por el escritor, quien haya sido éste.
Las vigilias tienen por protagonista a Kreuzgang, un vigilante nocturno o también conocido como el sereno quien, a través de dieciséis capítulos-noches, dará cuenta de su visión del mundo: ese mundo que ya desde entonces parecía comenzar a desmoronarse.
Cada capítulo es una noche y el personaje, en su monólogo interior, vomita y escupe la situación que atraviesa la humanidad. Por ejemplo, el también autodenominado poeta maldito Kreuzgang remite al diablo, a la locura, a la enfermedad de la Iglesia.
En la primera vigilia nos enteramos la muerte del librepensador, teósofo y zapatero Jakob Böhme. Desde el principio se entiende la crítica mordaz contra la Iglesia: el sacerdote que aparece en la escena es, más o menos, el diablo.
Luego vienen más vigilias, acompañadas unas de un tono macabro, otras veces poético, otras con un pesimismo y nihilismo adherentes al Romanticismo. Acompañamos a Kreuzgang al espectáculo lúgubre del mundo, a la soledad e inmensidad de la noche y los secretos que guarda entre sus entrañas.
Este vigilante recorre las calles, es partícipe del miedo, de la locura; aborda también la importancia del creador, del artista, desde una visión que, en el fondo, acaso deja una posibilidad para volver a ver la luz del día.
Las vigilias de Bonaventura es considerada una joya del Romanticismo alemán. Es breve, pero concentra una erudición de quien quiera que haya sido el autor. La temática es rica: lo mismo hace alusión a Mozart que al Antiguo Testamento, a Shakespeare que a Cervantes, a Dante que a Homero…
Para haber sido escrita hace doscientos dieciséis años, el lenguaje es fluido y la lectura es ágil. En español existen dos ediciones: de la catalana Acantilado (2001), con traducción de Marisa Siguan y Eduardo Aznar, así como la de la Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (2003), con traducción y presentación de María Josefina Pacheco e ilustraciones de Juan Pablo Rulfo.
Para quienes sientan interés por esta lectura, la novela comienza así: «Sonó la hora nocturna. Me envolví en mi disfraz de aventurero, tomé la pica y el cuerno y salí a las tinieblas. Afuera, me protegí de los malos espíritus con la señal de la cruz y grité la hora».