Desde su autorretrato, Bruno Schulz
nos mira como pidiéndonos perdón por
tanta enigmática y desesperada belleza.
Ernesto Ayala-Dip
Bruno Schulz pertenece a la estirpe de los escritores que, una vez que han pasado una temporada en el olvido, resurgen con tal fuerza que su figura no deja de crecer entre aquellos que se adentran en su obra.
Nacido en Drohobycz en 1893, el polaco fue víctima de un destino cruel, al ser asesinado por un oficial nazi e1 19 de noviembre de 1942, en venganza porque el nacionalsocialista que «protegía» a Schulz mató al «judío» del futuro verdugo de Bruno.
Estamos en el primer tercio del año. A estas alturas aún hay quienes se plantean propósitos y uno de ellos suele ser el de leer más; incluso hay retos lectores en los que se plantea algún tipo de lectura cada mes.
Mi recomendación de esta semana es precisamente un libro de Bruno Schulz: Las tiendas de color canela (1934; Debate, 1991).
La obra de Schulz es más bien escasa: publicó un par de libros de ficción, artículos y algunos otros textos relacionados con artes plásticas. Durante mucho tiempo estuvo olvidado, pero numerosos seguidores han hecho que la figura del llamado «Kafka polaco» resurgiera con una fuerza demoledora que hoy en día no solo abarca el campo de la literatura, pues Bruno también fue un dibujante, pintor, artista gráfico y, sobre todo, uno de los tres vanguardistas que transformaron la literatura polaca –los otros son Witold Gombrowicz y Stanisław Ignacy Witkiewicz.
Schulz, como Kafka, coloca a su padre en el centro de su obra. Sin embargo, a diferencia del checo, en Bruno no hay miedo ni odio sino, en todo caso, una especie de compasión.
Si habría que definir con una sola palabra la obra de Schulz, podría ser la de fascinante. En Las tiendas de color canela nos encontramos ante una serie de textos que bien pasarían por relatos o por una novela cuyos hilos conductores de la trama son Jakub –el padre de Schulz– y el pueblo en sí, del que apenas si salió Bruno durante su vida.
Así pues, Jakub es un hombre enclenque que, con el paso del tiempo, fue rebasado por la enfermedad hasta verse reducido a casi nada.
Dueño de una tienda de paños, se regía por la idea del envilecimiento de la humanidad y su degradación. Por ello estaba en constante búsqueda de salvar al mundo entre las sombras de su tienda e incluso desde la soledad de su casa, siempre ante la mirada del niño Bruno y la preocupación de la madre de este.
En «Los pájaros» encontramos al Jakub de cuerpo entero. Cierto día comenzó a adquirir huevos de aves de todo el mundo en una tienda del pueblo; su idea era rescatar del desastre a todas las especies en una habitación ubicada en la parte alta de su casa.
Pasaba días al cuidado de los huevos y de la incubación. Tanto era el tiempo que dedicaba a dicha tarea, que llegó el día en el que el propio Jacob parecía un pájaro y la habitación se volvió un desastre.
En el «Tratado de los maniquíes», el padre, enfundado en la figura de demiurgo, reúne a un auditorio de jovencitas a quienes dirige una serie de ideas relacionadas con la Creación. Después de mencionar su discurso en torno a la fallida obra del demiurgo acerca del ser humano, Jakub anuncia la segunda creación del Hombre, ante la mirada de fascinación por parte de las muchachas.
No obstante lo anterior, la figura del padre se veía reducida ante Adela, la asistente doméstica capaz de hacer perder la razón a Jakub con el solo movimiento de un dedo índice, tal como si lo agitara en el aire. Entonces el hombre huía despavorido, humillado en sus teorías y conocimientos.
Esta sumisión del hombre ante la figura femenina se ve reflejada no solamente en los textos de Schulz, sino en sus dibujos, donde a menudo él mismo aparece a los pies de alguna mujer.
«Las tiendas de color canela» aborda la fascinación del niño por el descubrimiento de las tiendas del pueblo. Hace un recorrido por los espacios, que describe desde la visión del artista plástico: he aquí una de las mayores virtudes del autor, que por momentos llena de luz las oraciones y en seguida baja el tono hasta dejar en penumbras al lector, siempre con una belleza en cada palabra.
En «La calle de los Cocodrilos» Schulz explora el mundo desde el erotismo. Esa calle es justo donde se reunían las prostitutas. La narración traslada al lector al tiempo presexual del propio Bruno, que por momentos se agita ante lo desconocido y el temor y el insulto brotan como una forma de defensa.
Queda, pues, la recomendación para quienes estén en busca de un autor único y apasionante como Bruno Schulz.