La Tinta Insomne

El ejército iluminado

¿Adónde va?, preguntaría el oficial de migración.

Aquí nomás, señor, a invadir El Álamo.

 

En El ejército iluminado

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¿Alguien imagina a un profesor algo deschavetado arengando a sus alumnos para iniciar una lucha que permita a México recuperar Texas? Pues bien, David Toscana (Monterrey, 1961) sí lo hizo: he ahí una de las dos líneas que sigue su novela El ejército iluminado (Tusquets, 2006), que me permito recomendar esta semana.

De entrada hay que decir que la narración comienza por el final de la historia, o sea, con la muerte de Ignacio Matus, el personaje principal: un antiguo maratonista convertido en profesor de un instituto para niños y jóvenes con algún tipo de discapacidad, principalmente intelectual.

El año es 1968, en la ciudad de Monterrey, Nuevo León. Matus está al frente de un grupo de jóvenes y niños a quienes trata de inyectar ánimo para que se sumen a su lucha antiyanqui: el profesor detesta a los gringos por la historia con México, pero hay en el fondo otro motivo. A saber.

Año 1924. París. Los juegos olímpicos se celebran en la capital francesa. El joven maratonista Ignacio Matus no pudo asistir debido a que el gobierno mexicano no le pagó el boleto de avión. Sin embargo, ello no quebranta su entusiasmo y decide que sí correrá la maratón, pero a su modo: en Monterrey, trazando una ruta y acompañado por sus amigos Román y Santiago, dos divertidos personajes con los que jugará dominó, décadas más tarde, todas las noches, y que en aquel momento lo siguen en un caballo para darle detalles del tiempo que lleva en su competencia.

Al llegar a la meta que el propio Matus trazó, sus amigos le dicen cuánto tiempo hizo: 2:47:50. «¿Es bueno?, pregunta Román. Matus resopla, no quiere ser cuestionado, desea una frazada porque tanto cansancio da frío» (pp.100-101).

No hay noticias de París, tardan en llegar. Matus, Santiago y Román se enteran bajo el balcón de las oficinas de un periódico, después de insistir. Matus superó al estadounidense que ocupó el tercer lugar en la competencia oficial, es decir, la medalla de bronce le corresponde a él. Los tres hombres celebran.

Con el tiempo, Matus se sintió robado por el gringo que obtuvo el bronce en 1924. Ése fue el origen de su aversión a los yanquis y que intentó propagar entre sus alumnos, hacia 1968, año olímpico en México.

Cierto día, el profesor fue despedido del instituto debido a sus formas de dirigirse a los alumnos. Pero principalmente por la acusación que la madre de uno de ellos hizo llegar al director del instituto, que decidió echar a Ignacio Matus.

No obstante, el despido no hace mella en el ánimo del profesor; por el contrario, inicia una campaña para reunir gente que quiera sumarse a su ejército con el firme propósito de recuperar Texas.

Una mañana se instaló en la calle, cartulina en mano, con la convocatoria abierta para todo patriota que quisiera pasar a la historia al llevar a cabo la gesta heroica que les espera.

Hay que decir que Matus es el tutor de Comodoro, un gordo que estudia en el instituto del que echaron al profesor y que además es un personaje sumamente divertido al tiempo que doloroso.

Comodoro se encarga de juntar voluntarios entre sus compañeros. Así, poco tiempo después, le dice a Matus que ya cuenta con muchos valientes para emprender el camino hacia el río Bravo y saltar del otro lado para «hacer más grande la patria».

Serían seis soldados a las órdenes del ahora general Ignacio Matus, pero Caralampio fue abandonado debido a que tardó mucho tiempo en el baño. Así pues, al «ejército iluminado» lo conforman cinco personajes entrañables.

En primer lugar está Comodoro, un gordo fantasioso que imagina las batallas que emprenderá en Texas: se ve héroe nacional, el «Frijol Invencible» temido por los soldados gringos.

Luego está Azucena, la futura esposa de Comodoro (logran el acuerdo nupcial en el camino). Es una chica presta a brindar caricias, a respetar a su esposo y dirigir a buen puerto las órdenes que le sean dadas.

También va Cerillo, un niño que es encomendado por su madre para la guerra, pese a que lo quiere más que a sus otros hijos. Aletargado, viste trajecitos blancos con corbatín azul y se queda dormido en cualquier sitio donde se acomode.

Ubaldo es un «artista extático» dado a dibujar cualquier cosa y convencido de disparar contra el enemigo bajo la circunstancia que sea.

El ejército es completado por el Milagro, un chico tembloroso que repasa las clases de matemáticas y nadie le dirá que ocho por once no son cuarentaidós. Sobrevivió a un accidente automovilístico en el que falleció su familia, pero él sufrió daño cerebral. «Soy un milagro porque mientras hubo necesidad de meter a tres Margáin en féretros finamente adosados, yo sólo pasé un mes desvanecido en cama y un día desperté tan intacto como todos estábamos en el kilómetro 35…» (p.92).

A bordo de un automóvil que consiguió Román, ese ejército de «iluminados» parte de Monterrey, convencido de que devolverá Texas a México. Luego, cuando el auto ya no puede seguir en el camino, suben a una carreta que es tirada por una mula.

Se trata una novela de aventuras por momentos; Matus es un «Quijote» invencible, sí, un general de triste figura que encabeza una misión que depara situaciones muy cómicas, pero también un trasfondo desolador que hace de El ejército iluminado una obra para disfrutar desde la primera página y un desenlace que hará brotar en los labios del lector una amarga sonrisa.

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