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Hace unos meses escribí acerca de El distrito de Sinistra (Acantilado, 2003), una magistral novela del húngaro nacido en tierras rumanas Ádám Bodor (1936). En esa ocasión mencionaba la capacidad del autor para recrear atmósferas asfixiantes dotadas de un lirismo deslumbrante y personajes que parecen soportarlo todo.

Pues bien, en esta ocasión vuelvo a ese escritor. Pero ahora con una pieza breve, un relato llamado La sección (Acantilado, 2007) que podría funcionar como puerta de acceso a la obra de Bodor.

Pese a que el libro apenas tiene 59 páginas y que el lector termina la lectura con un dejo de decepción en el sentido de que se desea leer más, el relato encierra los puntos clave de la obra del húngaro: la soledad inducida a ambientes extremos y la capacidad del ser humano para adaptarse a las situaciones más adversas.

La sección está protagonizada por Gizella Weisz, una mujer de la que apenas si se sabe algo. Y es que ésa parece ser una obsesión de Bodor: los personajes sin pasado y con un futuro sombrío (El distrito de Sinistra, La visita del arzobispo). Así ocurre con esta mujer, la que debe ser trasladada a «la sección», un sitio del que nadie sabe nada o no quiere decir nada.

Hay que aclarar que el trasfondo de este relato gira en torno a los totalitarismos y a esa necedad de anular al individuo, sea cual sea el régimen que termina por aplastar al que se opone a su ideología.

El caso es que Gizella parece no rechazar la decisión de su traslado a «la sección». Con el paso de las páginas, el lector descubre que se trata de un sitio lejano al que se accede en carro, luego en una vagoneta y finalmente a pie.

Entre nieve, lodo y seres con botas cubiertas de barro, la mujer recibe una dotación consistente en embutidos, botas de goma, manoplas, una pieza de jabón, licores, etc.,y le asignan un sitio donde hay un hombre, el único que la aguarda y que se llama Öcsi o Petya (el propio narrador lo desconoce).

Aunado a esta presencia, hay comadrejas, «auténticas propietarias del espacio». El hombre se niega a probar lo que le ofrece Gizella, a prender el fuego, pese al frío que hay en el ambiente. Y más frío resulta por el trato con Öcsi o Petya, quien sólo pretende sobrevivir y sostiene diálogos cortantes con Gizella, en medio de una pieza oscura que el hombre se niega a iluminar («Aquí no hay nada que iluminar»).

Parece un individuo decidido a no morir y sí a reflexionar acerca de las causas que lo condujeron a «la sección», a olvidar algo que siempre oculta.

El aire del relato parece irrespirable. Se desconoce quién ordenó que Gizella fuera destinada a ese lugar. Pero debe sobrevivir entre oscuridad, frío y la compañía de un hombre del que podría sospecharse cualquier cosa.

La obra es otra muestra de que Ádám Bodor es uno de los grandes escritores europeos de esta época, pero relegado por escribir en una lengua que posee pocos hablantes. No obstante, gracias a Acantilado y la traducción de Adan Kovacsics, es posible acceder a un libro que guarda una historia que resulta inquietante desde la primera frase.

En la contracubierta de la obra se menciona: «En la sección hay frascos cubiertos de barro con las etiquetas rasgadas, y salamis mohosos y resquebrajados. Nada (ni prenda ni producto) puede tener etiqueta propia, y todos llevan las botas cubiertas de barro. Sus internos deberán poner estacas, y mantener muy baja la temperatura de las casas para complacer a las comadrejas […]. Al contrario que en Kafka, en el que solamente uno es el escogido, en este breve e intensísimo relato de Bodor es toda una sociedad quien sufre las consecuencias».

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