La ira se atiza como un buen fuego
y da una alegría que no se detiene
hasta convertirse en locura,
hasta dejarlo todo destrozado.
D. J.
A lo largo de los siglos se han escrito obras acerca de las prisiones. Ya sea que el autor recuerda sus experiencias como recluso o relata acontecimientos de presidarios, hay una especie de fascinación por sacar a la luz el mundo oscuro que se esconde detrás de las rejas.
El preso es un ser castigado. Ahora bien, la función de la cárcel en la sociedad es –según el Estado– la de hacer cumplir penas a aquellos que han infringido la ley. Hay un totalitarismo, una selección de hombres y mujeres señalados de haber cometido algún delito. Sin embargo, tal parece que todo preso es un preso político.
La cárcel suele producir aversión, terror, miedo o repulsión. Decir que alguien que estuvo preso conlleva un señalamiento y una carga difíciles de desprender. Porque ha estado preso «el delincuente», aun cuando no lo sea. En fin…
A propósito de este tema, la recomendación de esta semana gira en torno al mundo de los presos. Particularmente, al de un grupo de presos internos en una cárcel. Me refiero a Zumbidos en la cabeza (1998; Sexto Piso, 2015), del esloveno Drago Jančar (Maribor, 1948).
El personaje central es Keber, antiguo marino que era temido por todos los presidiarios. Se dice de él que había dormido junto a cientos de cadáveres en Vietnam; que generales latinoamericanos temblaban ante su presencia; incluso que hubo mujeres en Rusia que intentaron quitarse la vida por él…
Cayó en la prisión de Livada después de que un batallón sitió su barrio. La violencia y la fuerza brutal eran parte de sus rasgos más temidos. Ello surgía a raíz del contacto entre dos metales: el sonido que producía generaba zumbidos en la cabeza de Keber; luego había que ver lo que ello acarreaba.
Más allá de las condiciones en las que viven los presos, la novela cuenta los sucesos que devinieron al motín que cierto día se inició en la prisión. Mientras miraban un juego de basquetbol entre Yugoslavia y Estados Unidos, un guardia fastidiaba a los presos.
Dicha actitud enfadó a Keber, quien, la paciencia colmada, destrozó el televisor e inició la revuelta en la cárcel.
Con vigilantes como rehenes, inicia lo que tendría que ser negociado. Sin embargo, preocupados por las consecuencias que habrá, los convictos se reúnen para abordar los pasos a dar. El principal –que marcará el curso de la historia– es el de acudir al consejo del bibliotecario.
El hombre, que aparentemente era el más tranquilo, pronto habrá de demostrar cuán peligroso es el poder en manos de una sola persona. Así, de la noche a la mañana, queda conformado un consejo de gobierno que negociará con las autoridades oficiales, un aparato policiaco integrado por internos cuya violencia contenida es capaz de estallar en cualquier momento…
La prisión se convierte en un microcosmos, un experimento de minisociedad en la que las más oscuras ambiciones de unos cuantos pueden desembocar en el terror de la mayoría.
Toda la violencia contada en la historia es alternada con pasajes de Keber junto a Leonca, acaso la única mujer capaz de anidarse en su memoria para entregarle un poco de paz. El tono de esos recuerdos contrasta con la violencia y el ruido de la prisión.
Leonca es el consuelo del hombre que sucumbe ante la violencia, el motivo para asirse a la vida, el refugio donde la bestia halla rastros de paz…
Zumbidos en la cabeza se suma a las novelas del presidio y lo hace de forma convincente, con un estilo que atrapa desde los primeros pasajes, entre la violencia de los convictos y la anestesia de la memoria, dotada de un lirismo que cumple con la premisa de que la lectura debe ser placentera.