Desde el fondo del abismo, yo también
llamo a Dios como tantos otros lo hicieron.
En La travesía de la noche
Quizá el mayor trauma del mundo en el siglo XX fue la Segunda Guerra Mundial. Ese conflicto, que se cobró la vida de millones de personas, dejó ver el lado más deplorable del ser humano, por un lado, y por otro, su capacidad para aferrarse a la vida, aun cuando todo es adverso.
Se han escrito muchos libros, rodado decenas y decenas de películas, dictado conferencias, etc., acerca de esos años terribles, de los más oscuros en la historia de la humanidad. Sin embargo, ante el asombro y la incredulidad, uno no termina por asimilar lo que ocurrió en ese periodo.
La visión simplista de Hollywood y su industria sólo se refieren a la persecución de judíos por parte del nazismo. No obstante, hay que recordar que el régimen también aniquiló comunistas, romaníes, personas con discapacidad y homosexuales, por ejemplo.
En este sentido, existe una vasta literatura con testimonios, investigaciones e historias de las víctimas que sufrieron en carne propia los horrores de los campos de concentración, de caer en manos del ejército alemán. Me vienen a la mente –sólo por mencionar algunos– Si esto es un hombre, de Primo Levi, y Sin destino, de Imre Kertész.
Hace tiempo cayó en mis manos un libro brevísimo (55 páginas) del que no tenía noticia. Se trata de La travesía de la noche (Arena Libros, 2006), un relato de la francesa Geneviève de Gaulle Anthonioz (1920-2002) en el que da cuenta de su experiencia en prisión y su posterior traslado a un campo de concentración nazi.
Sobrina del general Charles de Gaulle (1890-1970; presidente de Francia de 1958 a 1969), Geneviève combatió en la Resistencia desde 1940. Hacia 1943 fue apresada e internada en la cárcel de Fresnes, en París, de donde la trasladaron al campo de concentración de Ravensbrück, en Alemania, un sitio destinado principalmente a mujeres.
Lo vivido en ese periodo sirve a De Gaulle Anthonioz para escribir La travesía de la noche. Pero hay que destacar que no lo escribió sino más de cincuenta años después de dichos sucesos. En este sentido, es de destacar que muchos sobrevivientes del horror guardaron silencio o no pudieron decir el miedo, el pánico, todo lo que vieron, sintieron y experimentaron en esos espacios de la ignominia. Así sucedió con la autora.
Destacan la sobriedad y la lucidez para decir las cosas. Es el resultado de décadas de reflexión; pese a su brevedad, estamos ante un relato que abarca temáticas que van desde la injusticia hasta Dios. Porque –confiesa– nunca perdió la fe; en la noche más oscura de su vida, allí recurría a sus creencias: «Intento rezar, el Padre nuestro, el Dios te salve María, fragmentos de salmos» (p.12), desde la soledad aludía a su Dios y estaba convencida de que habría luz al final de esa oscuridad.
La travesía de la noche es un testimonio desgarrador que conmueve y nos recuerda que intentar destruir la humanidad es el mayor crimen que hay en el hombre.
La estancia de la autora en una celda, sola, en medio de la noche, no la reduce a sí misma: Geneviève piensa en la situación de las otras mujeres, en su futuro: «Pero ¿qué será de ellas? ¿Quedarán supervivientes de entre nosotras?» (p.12).
Sobrevivir al horror marcó el espíritu de la autora. En 1956 asumió la presidencia de la Asociación nacional de las antiguas deportadas e internadas de la Resistencia. Su solidaridad la llevó a formar parte de diversos grupos a favor de las víctimas y de los derechos humanos, siempre como una voz autorizada.