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La semana pasada en varios medios deportivos y no deportivos apareció el nombre de Islandia. ¿El motivo? La calificación de su equipo al Mundial de Futbol Rusia 2018.
Ya el año pasado esa nación se había hecho notar por su participación en la Eurocopa de Francia, la forma de festejar sus jugadores y la afición. Gracias a lo anterior, ese país se ganó la simpatía de miles de aficionados al futbol.
De Islandia se tenían escasas referencias en estos lares: que es una isla poblada por poco más de trescientos mil personas; que en el año 2010, su volcán Eyjafjallajökull causó severos problemas en Europa (sobre todo a las aerolíneas); que Björk es su embajadora cultural en la actualidad…
Pese a ello, hoy en día se saben pocas cosas de esa nación nórdica. No es un secreto que el alma de una sociedad está en su cultura; a través de ésta es posible penetrar en las costumbres del grupo social que incluso nos parezca más lejano.
Para poder acercarse a una cultura desconocida, pienso que la literatura es una de las mejores formas, pues ahí se expresa el sentir y el pensar de grupos que conforman una sociedad. Por ello, esta semana me permito recomendar Paraíso reclamado (Orbis/Destino, 1982; traducción de Rodolfo Arévalo), del islandés Halldór Laxness (1902-1998).

Ganador del Nobel en 1955, el nombre del autor no es tan conocido en la actualidad, pues su obra no es fácil de conseguir, aunque no imposible. Y precisamente Paraíso reclamado es una de las obras que el lector puede encontrar en alguna librería de viejo, en la colección «Los Premios Nobel» de Orbis.
Ambientada en la Islandia rural del siglo XIX, tiene como protagonista a Steinar, un granjero que vive una vida apacible al lado de su esposa y sus dos hijos. La vida de las familias en esa región transcurre en calma y el trabajo es acaso la única forma de entretenimiento.
Sin embargo, la tranquilidad de Steinar y de los suyos comienza a tambalearse cuando aparece un poni blanco en sus vidas: algunos pudientes comienzan a codiciarlo y le hacen ofrecimientos que el granjero rechaza porque el caballito es de sus hijos.
Cierto día se anuncia la visita del rey de Dinamarca a Islandia –que entonces no era independiente– y a Steinar se le ocurre hacerle un regalo. Un regalo que cambiará la vida de su familia.
Lo anterior influye en el devenir de los días del granjero, aunado a la llegada a Islandia de Didrik, un líder mormón que habla de esa religión, con la firme intención de atraer a nuevos creyentes. Ambos hombres sostienen diversos encuentros aparentemente casuales.
Como resultado de ello, Steinar decide abandonar a su familia, su granja e Islandia: emprende un viaje a Estados Unidos en busca del paraíso que Didrik le prometió que encontraría en la comunidad de los mormones, en la Tierra Prometida de Utah.
A partir de ese momento, la familia del granjero comienza a experimentar desgracias, cambios radicales en sus vidas que poco a poco traza Laxness, con la paciencia de un viejo que cuenta una historia.
En la narrativa del islandés sobresale el respeto de la gente a la naturaleza, la convivencia mutua. Como en La bendición de la tierra, del noruego Knut Hamsun, esa relación hombre-tierra puede parecer noble, pero aun así conlleva una posibilidad de desatar conflictos.
En Paraíso reclamado no faltan precisamente los conflictos: hay personajes oscuros que pasan sobre otros habitantes que, en cierta forma, son regidos por lo que pareciera ser una ingenuidad que deviene en sacrificio.
La lectura de esta novela es una oportunidad para que el lector se acerque a una sociedad que aparentemente nos es remota, de la mano del magistral estilo del casi olvidado Halldór Laxness.

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