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–¡Con qué buenas ganas me comería un bistec!
–murmuró en voz alta, cerrando los enormes
puños y escupiendo entre dientes un juramento.

London, «Por un bistec»

El boxeo es, junto con el futbol, acaso el deporte más popular del mundo. Es una actividad añeja, de siglos. Hay personas que opinan que el boxeo es salvaje, en exceso violento. Sin duda, hoy en día se trata de un negocio que está por encima del deporte; todo lo que lo rodea –excesos, corrupción, engaño– ha hecho de este antiguo deporte un espectáculo más.
Pero algo hay en el box que apasiona a millones. En el cine existen diversos ejemplos para ilustrar el gusto por esta actividad. El más conocido es Rocky y sus numerosas secuelas, de Silvester Stallone, quien aprovechó el cine para realizar propaganda proyanqui y antirrusa en torno a su personaje en una de la cuarta cinta.

También está Toro salvaje, protagonizada por Robert de Niro, que encarna al boxeador Jake La Motta y que le valió un Oscar como Mejor Actor.
Hay más ejemplos en el cine. Sin embargo, en literatura existen, a mi parecer, los mejores exponentes que describen este deporte. Escritores como Hemingway, Bukowski, Ricardo Garibay, Cortázar –entre muchos otros– se han visto seducidos por el boxeo. Acaso el primitivismo nos lleva a admirar el intercambio de golpes, el llamado a la violencia. No sé. El caso es que una buena pelea altera el ritmo cardiaco, la sangre fluye y todos nos volvemos expertos en pugilismo.
Esta semana mi recomendación gira precisamente en torno a ese deporte. Me refiero a Por un bistec (Alianza Cien/Conaculta, 1994), del estadounidense Jack London (1876-1916), quien fue un notable aficionado del deporte de los puños.
Por un bistec es un cuento que se centra en la figura de Tom King, un boxeador veterano hundido en la miseria, prácticamente retirado. Tiene una esposa y una hija a las que debe alimentar, pero son presas de la pobreza.
Sin embargo, cierto día le ofrecen combatir contra un joven que aspira a ser una figura mundial. Tom King ni se lo piensa mucho y acepta la propuesta: de ganar, obtendrá una suma de dinero que le permitirá alimentar a su familia y paliar un poco la miseria de la que es objeto.
Con maestría, Jack London relata los momentos previos al combate, lo que piensa el hombre que sólo ve en esa oportunidad una manera de fugarse un poco de la condición tan adversa en la que está sumido. Diríase que uno escucha el rugido estomacal de Tom, se conmueve con los deseos de ese hombre que únicamente busca alimentar a los suyos.
No es una apología de la juventud ni un reclamo a la vejez. Por el contrario, se trata de un golpe maestro de la voluntad de vivir. La narración que nos heredó London con la descripción de esa pelea es de lo mejor que se ha escrito en torno al deporte que mueve masas.
Acudimos al drama de Tom King en carne y hueso: se respira su pasión, se suda su miedo, su vitalidad, su energía que se escapa. Incluso uno recibe los golpes que le dan. Es el encuentro del boxeador que fue contra el boxeador que pretende ser. Sí hay una lucha entre el ser joven y el ser viejo, pero lo destacable del relato es la atmósfera, el ambiente que se vive, el drama, la situación de Tom y de su familia, esa ilusión del hombre y de su esposa de que él gane y pueda llevar comida a su casa. Todo en el texto es encomiable. Estoy cierto que ninguna película podría superar lo que Jack London consiguió en Por un bistec.
Este escritor nacido en San Francisco, California, no debe su fama a esta obra, sino a novelas como Colmillo Blanco y La llamada de la selva, por citar acaso las más conocidas.
London padeció una fuerte adicción al alcohol; su obra es relativamente extensa, pero su vida quizás fue corta: se suicidó a los 40 años.
Mucha de su obra puede encontrarse fácilmente en internet, incluido el cuento que me he permitido recomendar.

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