Esta semana continuaré con el tema de la Segunda Guerra Mundial. Hace dos lunes recomendé El comandante, del suizo Jürg Amann, que se basó en apuntes del nacionalsocialista Rudolf Höss, uno de los encargados del campo de concentración de Auschwitz.
En esta ocasión, la novela que recomiendo leer aborda el otro lado de la moneda: la visión de una víctima; en este caso, el húngaro Imre Kertész (Budapest, 1929-ibídem, 2016), quien permaneció ignorado durante muchos años debido al cerco que se impuso sobre su obra en su país. Sin embargo, a raíz de la concesión del Nobel (2002), se hizo de más lectores.
A los quince años, Kertész fue deportado al campo de concentración de Auschwitz y después al de Buchenwald. Logró sobrevivir a ese infierno. Derivado de estas experiencias, Imre Kertész escribió la que acaso es su novela más famosa: Sin destino (Acantilado, 2002).
Esta obra fue publicada en 1975, pero no gozó de popularidad ni reconocimiento debido a la censura que cayó sobre el autor. En algún momento, Imre Kertézs declaró: «Siempre seré un escritor húngaro de segunda fila, ignorado y malinterpretado».
No obstante, años después, las obras de este autor fueron traducidas y leídas en Europa, lo que le valió hacerse de un nombre en el mundo de las letras.
Aunque Kertész refirió que Sin destino no es una novela autobiográfica, posee rasgos de las propias experiencias que el autor sufrió en los campos de concentración. Así, la novela cuenta la historia de un adolescente de quince años, judío y húngaro, que narra sus días en los diversos campos nazis donde estuvo durante un año y medio.
Si bien el Holocausto es un tema que ha sido y sigue siendo tratado por la literatura y el cine, en Sin destino hay tintes distintos que la convierten en una obra imprescindible para adentrarse en estos acontecimientos, tan vergonzosos del siglo XX.
El chico cuenta el día a día en los campos. No hay apasionamiento ni autocondescendencia, no es un relato de sentimentalismos (como suele abordarlo Hollywood a la hora de tocar este tema). Es una narración con la paciencia que traen los años, con una mirada hacia atrás sin odio ni ansia de venganza, sin pasión febril de destruir el pasado.
El autor entrega un relato que sí es conmovedor, con una prosa delicada y detallada. El lector se enfrenta a hechos aberrantes, desde la mirada aún inocente del protagonista. De esta forma, Kertész consigue que quien lo lee se identifique con ese dolor, con la angustia y la incertidumbre que nacen de no saber si habrá un día siguiente en la vida, si habrá vida al minuto siguiente.
La novela podría incluirse en el género del aprendizaje. Porque el héroe es un chico que apenas si comienza a vivir. Parte de la maestría de Kertész radica en cómo recrea el horror y hace aparentar que se trata de las aventuras de un adolescente, pese a encontrarse en el centro mismo de la muerte. Recorre sitios y conoce otros personajes a través de los que conocemos diversos puntos de vista respecto del régimen nazi y sus prácticas.
Entre los temas que aborda el autor en su novela destacan la familia, la esperanza, la amistad, el deseo de vivir y el amor a la vida; pero también la absurda condición humana, el grado de humillación al que puede ser sometida una persona y el que ejerce el poder.
La historia está narrada con un estilo conmovedor. Sorprende que el personaje, a pesar de su situación, parece ser feliz. Sí, feliz por estar vivo, por poder contar lo que ocurre; viaja en tren y detalla lo que observa, lo que encuentran en los campos de exterminio.
Sin destino bien pudiera ocupar un lugar especial en las bibliotecas personales. Aunado a ello, Kertész es garantía de calidad y un autor para redescubrir en este aún incipiente 2017.
Así comienza la novela: «Hoy no he ido a la escuela; mejor dicho, sólo fui para pedir permiso y volver a casa. Le entregué la carta de mi padre, en la cual pedía que me dispensaran, alegando “razones familiares”».