Un querido colega y amigo, especialista en energía, nos comparte el presente artículo escrito por Carmina de la Luz Ramírez y publicado el pasado 4 de abril de 2019 por El Universal en la sección Tangible/Ciencia y Tecnología. En este artículo se analiza el proyecto de la construcción de un sincrotrón que permitiría estudiar la materia a nivel atómico en territorio mexicano y en el que se hacen algunas advertencias que no se deben pasar por alto si es que su confirma su realización. A continuación el artículo en cuestión.
México podría entrar a las grandes ligas de las naciones que cuentan con aceleradores de partículas para indagar en lo profundo de la materia. La semana pasada, en el histórico Palacio de Minería, se dieron cita autoridades de gobierno y 25 representantes (nacionales e internacionales) de la comunidad científica, tecnológica y de innovación. Durante dos días de trabajo, juntos delinearon las bases para que el sincrotrón mexicano en el estado de Hidalgo atienda las necesidades de la población nacional mediante infraestructura e investigación de frontera. Posteriormente, en un acto protocolario que ha sido etiquetado como el “acta de nacimiento” de nuestro propio sincrotrón, científicos y políticos se mostraron optimistas acerca del impacto social del proyecto y lo que representa como propulsor de desarrollo.
Sin embargo, que México tenga un sincrotrón ha sido un sueño de cuanto menos 15 años, y ya en un par de ocasiones la realización del proyecto ha sido frenada por diversos obstáculos. ¿Qué es lo que distingue de esos otros intentos a la primera Sesión del Consejo Interdisciplinario para la Independencia Tecnológica: sincrotrón mexicano en el Estado de Hidalgo realizada en Minería, y por qué algunos investigadores se muestran escépticos sobre sus alcances?
Los sincrotrones son un tipo de aceleradores de partículas que con electrones forman un haz de luz capaz de alcanzar velocidades superiores a los 299 mil kilómetros por segundo. De acuerdo con Michael L’Annunziata —reconocido químico dedicado al desarrollo de instrumentos para la detección y medición de elementos radiactivos en el ambiente—, la historia de los sincrotrones se remonta a la década de 1940. En ese entonces, los físicos comenzaron a acelerar electrones a velocidades cercanas a la luz para estudiar las partículas elementales, pero como accidente científico descubrieron que los electrones acelerados emitían una gran cantidad de inesperada (y desaprovechada) energía luminosa.
En la década de los 70, la luz sincrotrón comenzó a utilizarse para estudiar la materia a nivel atómico. Dos décadas después, la tercera generación de sincrotrones dio un salto de capacidad al incrementar la brillantez de su luz por un factor de 10 mil respecto a la tecnología anterior. Los expertos describen dicha brillantez como más de un millón de veces mayor que la del Sol y un billón de veces superior a la de un aparato de rayos X convencional, lo cual permite estudiar mejor y más rápido las muestras. La principal cualidad de una fuente sincrotrón es que cubre todo el espectro electromagnético, pasando por las microondas, el infrarrojo, ultravioleta, luz visible y rayos gamma. Esto significa que con un sólo instrumento es posible estudiar la materia desde distintas perspectivas; es como tener unas gafas que permiten ver de cerca y de lejos, en el día y en la noche. Además, los destellos de luz sincrotrón pueden durar billonésimas de segundo, justo lo necesario para estudiar procesos —químicos o biológicos, por ejemplo— extremadamente breves o rápidos.
Ciencias en derredor
Sincrotrones como el brasileño Sirius —que Federico Kukso describió para Tangible como el “Maracaná de las ciencias”— son colosos circulares de cientos de metros de diámetro, en cuyo derredor hay laboratorios de diversas disciplinas. Es tal la versatilidad de esta herramienta que en uno de los laboratorios los científicos podrían estudiar un material para hacer los procesadores de cómputo más pequeños; en el de junto estarían analizando la estructura de un virus, y en el siguiente estarían observando por qué se forma una capa de grasa blanca en la superficie de los chocolates —tal como lo hizo la empresa Nestlé con ayuda del acelerador Petra III en Alemania—.
Instituciones como el Foro Consultivo Científico y Tecnológico (FCCyT) —órgano autónomo que existe en México desde 2002 para brindar consulta permanente al Poder Ejecutivo Federal en materia de decisiones sobre ciencia y tecnología— han resaltado algunas de las aplicaciones de la luz sincrotrón: en medicina, por ejemplo, ayudan a desarrollar técnicas de obtención de imágenes de diagnóstico menos invasivas y tratamientos para tumores no operables; en química, para analizar la estructura molecular de materiales y mejorar los procesos de una gran variedad de compuestos químicos; en biología, para estudiar la estructura de las proteínas y el material genético; en las ciencias ambientales, para identificar contaminantes y saber cómo se mueven en los ecosistemas, y en petroquímica, para conocer las propiedades de petróleo crudo y rastrear nuevos yacimientos.
Un sincrotrón constituye una infraestructura científica de uso colectivo, forma de trabajo que actualmente es tendencia alrededor del mundo. México es muestra de ello, pues en los últimos años ha promovido la creación de laboratorios de carácter nacional que son utilizados por científicos y empresas de toda la República. Los involucrados en el proyecto del sincrotrón mexicano en Hidalgo pretenden replicar ese modelo para asegurar la independencia tecnológica, aunque se trate de uno de los elementos del discurso más criticados por parte de otros científicos.
Voluntad vs. Realidad
Según la Red Temática Usuarios de Luz Sincrotrón, impulsada desde hace varios años por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), hasta febrero de 2018 había más de 150 investigadores mexicanos de distintas áreas del conocimiento realizando experimentos en los principales sincrotrones del mundo. Mientras tanto, en el ámbito privado, existen también numerosas empresas que requieren entender, mejorar y crear procesos y productos, tareas que se facilitarían con un sincrotrón. Visto de forma optimista, todo esto representa un círculo virtuoso para la ciencia y la economía de nuestro país, aunque no necesariamente independiente de terceros.
Gerardo Herrera Corral —investigador del Departamento de Física del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional— dice que los proyectos de Gran Ciencia (neologismo que proviene del inglés Big Science) se caracterizan por tener una gran inversión, personal cuantioso y la participación de varios países. Tal es el caso del Gran Colisionador de Hadrones de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN), en cuyo experimento ALICE participa Herrera Corral.
El reconocido físico de partículas —quien actualmente no es parte del equipo de trabajo del Sincrotrón Mexicano en Hidalgo— señala que nuestro país podría comprar la infraestructura completa con llave en mano, o bien, desarrollarla con tecnología propia: “Yo creo que si queremos que México sea competitivo debemos asegurar que el proyecto considere desarrollo tecnológico”. Al respecto, el doctor José Franco asegura que el plan no es adquirir un sincrotrón con llave en mano, pero tampoco se podrá prescindir de tecnología extranjera: “Ningún sincrotrón lo hace 100% el país sede; se tienen que desarrollar algunas cosas, pero hay otras que simple y sencillamente no hay en casa y hay que comprarlas (…) actualmente nuestro país no tiene una industria de alta tecnología, y no todas las universidades o centros de investigación tienen áreas de instrumentación”, dijo para Tangible el investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México y ex Coordinador General del FCCyT.
Quizá por ello científicos como Herrera Corral, a propósito del proyecto del sincrotrón mexicano, sugieren dejar de hablar de independencia tecnológica: “Eso no existe más, todos los países dependen de los desarrollos tecnológicos que se hacen en el mundo; a lo que debemos aspirar ahora es a participar en el concierto de naciones donde se genera el conocimiento y la tecnología”. En este sentido, el propio Consejo Interdisciplinario para la Independencia Tecnológica: Sincrotrón Mexicano en el Estado de Hidalgo está trabajando en los términos de una convocatoria internacional para la formación de recursos humanos y en convenios con otros sincrotrones del mundo —como ALBA (España) y ANSTO (Australia), cuyos directores Caterina Biscari y Andrew Peele estuvieron presentes en Minería—.
Sincrotrón hidalguense
Antes de Hidalgo, los estados de Guanajuato y Morelos mostraron interés en ser sede del sincrotrón mexicano. De hecho, la propuesta que hoy retoma Hidalgo —entidad que ocupa el puesto número 20 en cuanto aportaciones al Producto Interno Bruto nacional, según datos recabados por el INEGI en 2016— fue realizada con un presupuesto cercano a los 7 millones de pesos provenientes del Fondo Mixto CONACYT – Gobierno del Estado de Morelos.
Dicho plan consiste en un sincrotrón de tercera generación que después de 25 años de funcionamiento sea actualizado para continuar vigente otros 10 o 15 años. Como referente de esa posible vida útil está Daresbury; el sincrotrón inglés cerró en 2007 después de 27 años de trabajo, durante los cuales brindó servicio a 200 instituciones —entre ellas las compañías farmacéuticas AstraZeneca y Pfizer, así como el consorcio Unilever— y 11 mil investigadores de 25 países. Daresbury tuvo un costo de construcción 867 millones de dólares y una derrama económica de 1445 millones de dólares.
Por el momento, el proyecto de sincrotrón mexicano en Hidalgo cuenta con un financiamiento semilla de 500 millones de pesos, aportados por el gobierno del estado. Sin embargo, los referentes internacionales sugieren que tan solo construirlo costará entre 200 y 500 millones de dólares, y su funcionamiento durante los primeros 10 años sumará otros 500 millones de dólares. Pero lo que realmente preocupa a algunos expertos no es cuánto se invertirá, sino en qué se invertirá.
Dicho plan consiste en un sincrotrón de tercera generación que después de 25 años de funcionamiento sea actualizado para continuar vigente otros 10 o 15 años. Como referente de esa posible vida útil está Daresbury; el sincrotrón inglés cerró en 2007 después de 27 años de trabajo, durante los cuales brindó servicio a 200 instituciones —entre ellas las compañías farmacéuticas AstraZeneca y Pfizer, así como el consorcio Unilever— y 11 mil investigadores de 25 países. Daresbury tuvo un costo de construcción 867 millones de dólares y una derrama económica de 1445 millones de dólares.
Por el momento, el proyecto de sincrotrón mexicano en Hidalgo cuenta con un financiamiento semilla de 500 millones de pesos, aportados por el gobierno del estado. Sin embargo, los referentes internacionales sugieren que tan solo construirlo costará entre 200 y 500 millones de dólares, y su funcionamiento durante los primeros 10 años sumará otros 500 millones de dólares. Pero lo que realmente preocupa a algunos expertos no es cuánto se invertirá, sino en qué se invertirá.