El caso de Cuernavaca es muy distinto. No se trata de una eufonización hispanizante del náhuatl Cuauhnahuaca, como suele admitirse, sino, según lo observó el sutil Ricardo de Alcázar, Florisel, de una adaptación del gobierno mexicano a uno español ya existente, con el cual el primero tiene cierto parecido fonético.
En náhuatl, el nombre del lugar describe con claridad su ubicación: junto a los bosques. La terminación nahuac es, como todos saben, la misma que encontramos en huitznahuac (biznaga), «cosa que tiene espinas alrededor», o Anáhuac, «junto al agua»; pero en la hispanización, el cuadro fonético nos presenta una imagen enteramente nueva, con cuernos y vacas, animales, estos últimos que no habían llegado aún de Europa a la ciudad tlahuica cuando fue rebautizada por los soldados de Cortés. Es interesante seguir, a este propósito, la evolución de las formas arcaicas del nombre hispanizado recogidas por Cecilio A. Robelo.
¿Cuál es el lugar de la península que sugirió el nombre hispano de la actual capital morelense? Es difícil averiguarlo. Supuse, como Florisel, que cierto puerto de Extremadura o de Andalucía, cuya antigua denominación se ha permitido y que se llamó Cuernavaca por su forma característica. Me apoyaba en la analogía del puerto de Correboi (cuernos de buey), en el corazón de Cerdeña, por el cual pasé muchas veces y que justifica con tanta plasticidad su nombre.
Sin embargo, he podido recoger algún material geonímico, todavía en vigor, que nos ayudará a establecer con claridad la existencia del topónimo español que sugirió el de Cuernavaca.
Hay, en la provincia de Valencia, un riachuelo llamado Cuerna, y Cuerno es un lugar de Palencia. En cuanto a los lugares que conservan la radical latina corn, los encontramos en toda la península (Cornellana, Cornatedo, Corna, Corneira, etc.) Pero en la provincia de Lugo hay un Corno do Boy que corresponde perfectamente al Correboi sardo; en la provincia de Orense existe otro lugar llamado Escornabois y, por fin, en la provincia de Salamanca, un pueblo con 68 edificios, del municipio de Maronta, se llama Escuernavacas. Debo el conocimiento de la existencia de Escuernavacas a un hallazgo que hizo, en una de sus lecturas históricas, el poeta López Méndez.
Sabemos que «cuerno de vaca» es una antigua expresión con que los arquitectos denominaron una bóveda (perdónenseme los tecnicismos) de superficie alabrada que sirve para cubrir un paso oblicuo comprendido entre dos planos verticales paralelos. En los dos últimos topónimos citados no se trata, sin embargo, de formaciones directas con cuerna, sino con derivaciones del verbo escornar. Recordando el italiano scornare, «romper los cuernos», creo que se puede identificar con descornar, quitar o arrancar los cuernos a un animal. Resulta clara la significación de Escornabois y Escuernavacas, que podría haber sugerido la transformación de Cuauhnahuac en Cuernavaca. El que rebautizó la ciudad pudo ser, además, un conocedor de ganado para quien era familiar el viejo adjetivo corniavacado, que se aplica al bovino que tiene el nacimiento de las astas muy atrás del testuz, con su inclinación característica.
Ya no quiero seguir descornando, es decir, en lenguaje figurado, calentarme la cabeza en averiguar algo sin lograrlo. Creo, por lo contrario, haber contribuido a la aclaración del estrecho parentesco del topónimo hispanizado de la antigua Cuauhnahuac con el nombre de un lugar de España que, algún día, otro investigador podrá tal vez identificar.
**Es uno de los textos incluidos en el libro Gog y Magog. Aventuras lingüísticas. Antología. Gutierre Tibón. Introducción y selección de Miguel Ángel Muñoz. Universidad Autónoma Metropolitana.