Dar un buen susto conjuga varias habilidades y las sincroniza de manera perfecta; desde que lo concibes y sientes las cosquillitas en la barriga, después las iniciales sonrisas maquiavélicas, a continuación esconderse o agazaparse, aguardar sin hacer el menor ruido, ni movimiento, aguardar, aguardar mimetizado y…..ya saben en qué termina la felicísima ocasión: una momentánea contracción –o engarrotamiento muscular general de la víctima-, muecas inexplicables que hacen que el rostro asuma expresiones realmente inolvidables y, la instantánea, explosiva carcajada del “espantasustador”, coronada por la confusión, shock y sacada de onda del espantado. Lo que más sobresale del susto es ver cómo pelan los ojos y brincan. Unos, hasta chillan del susto. También hay espantadores que lloran, pero de la risa.
Dar sustos es genial. Es de los buenos ratos que ofrece la mísera existencia.
Al igual que contar chistes, hacer bromas, echar machincuepas, hacer tamales y decir peladeces, asustar, tiene su ciencia. No a cualquiera le sale. Hay que tener un talento espontáneo y ágil para materializarlo y hacerlo perdurable. Aunque todos tengamos la capacidad de espantar, insisto, no a todos se nos da. Si no, véanlo en los tantos y tantos videos que hay en internet. Hay sustos muy sosos, blandos, desabridos, y otros, en serio, monumentales, y aunque no los presenciaste, te arrancarán elásticas carcajadas.
Me atrevo a decir que el susto es un idioma universal. Lo mismo espantan al chino y al holandés que al somalí o al esquimal. Aunque en distintos colores étnicos y rasgos, las mismas caras, los mismos gestos se repiten. Si la risa y el humor nos hermanan, el arte del susto nos hace cósmicos, fugaces pero luminosos, como el paso de un cometa. Y a un cometa siempre lo vamos a recordar.
Aunque de tú a tú, a solas, asustes a algún incauto, espantar es una labor que desemboca en colectividad. Pues al momento de compartirlo con los demás (característica inevitable, e irreprimible del susto) lo recreas y contagias. Siempre que cuentas o representas un buen susto, los presentes desencadenarán sus risotadas. Si esto puede lograr un solo individuo espantador, nato, ahora imagínense el impacto multicolor de los sustos planeados en equipo para aplicárselos a uno o a varios.
No faltará quien diga que ha habido quien se ha muerto por haberle aplicado un buen susto. No lo afirmo ni lo niego; simplemente lo desconozco. Aun así, con esta noción, se le agrega al susto un ingrediente más: la cosquilla, la filosa emoción de que el otro se pueda morir. ¡imagínense a alguien que mató a su suegra por haberla espantado, con la intención inicial de una broma! Yo lo coronaría y quedaría exonerado. Es más; lo pensionaría.
¡Dios salve a los sustos (no a los justos), y perdone a los que no quieran asustar!
Ya con esta me despido: El susto magistral, imperial es, a mi gusto, el que das simplemente cuando alguien abre una puerta y ahí estás, inmóvil (con o sin intención) haciendo que el otro casi se haga pipí. Éste, el del ser inexpresivo, es el que te inmortaliza. Generas un todo estando en la nada. Compruébenlo y verán.
El susto es arte, ya lo dije: creatividad, imaginación, y expresión plástica. Debería haber guerras de sustos y que así se dirimieran los líos entre los países, entre los bandos. Sería una buena inversión.